La guerra está en apogeo, pero, a pesar de la emoción por los malabares entre su relación con Muriel y un amorío en ciernes con Ann O'Neill, Ian se siente cada vez más atrapado detrás de su escritorio ministerial. Al final consigue una misión en Francia, pero cuando se sale de control y regresa a casa a con noticias de una muerte trágica, al fin le queda claro que la guerra no es para nada un juego